12/07/2020

EMOCIONES ENCONTRADAS: Cuidando al abuelo

EMOCIONES ENCONTRADAS: Cuidando al abuelo
Imagen ilustrativa (Facundo Pardo)
Imagen ilustrativa (Facundo Pardo)

 

La pandemia del ‘20. Seguramente ese título tendrán, los años venideros, las crónicas de este tiempo. Serán los relatos de los mayores, de padres a hijos, de abuelos a nietos, en todos los idiomas y culturas del planeta. Se contarán a las generaciones venideras los hechos de estos días que transitamos, como en una película de ciencia ficción, pero en el escenario de la realidad. Guardaremos de recuerdo los barbijos, complemento indispensable de la vestimenta, recordaremos palabras que no utilizábamos y que se volvieron habituales: aislamiento, distanciamiento, alcohol en gel, cuarentena, fase 1, par e impar, etcétera. También han de quedar historias mínimas, perdidas en el tejido social de una ciudad, Bariloche en nuestro caso, la que ha cambiado su perfil habitual. Nos acostumbramos a cosas que hasta hace unos meses, de contarlas, nos hubiesen parecido irreales.

Algo de todo esto podría haber estado pensando Sergio, desde la escalera apoyada en el paredón, mientras miraba a su vecino, don César. Ese hombre ya anciano, junto con su compañera, doña Ángela, lo cuidaron más de una vez en su niñez; creció sintiéndolos como su familia. La casa de Sergio está al lado de la de ellos. Cuando era niño no había cerco, para él era todo su terreno. Más tarde, don Cesar hizo construir aquel paredón de bloques que separa ambas casas. En él apoyó la escalera para mirar al abuelo. Uno de sus hijos, que estaba cuidándolo esa mañana, debió salir a llevar a doña Ángela a la clínica y le pidió que lo mire por favor.

–Lo dejé sentado en el sillón, al lado de la ventana, para que puedas mirarlo. Le dije que no se levante –concluyó antes de irse.
–¡De acá te estoy relojeando, viejo. Quedate ahí nomás! –dijo Sergio.

Don Cesar, casi ciego, se mueve por la casa con alguien al lado. Si bien sabe donde esta cada mueble y puerta, cualquier caída o golpe puede traerle consecuencias serias a su salud, la que está muy deteriorada, por los años. De no ser por el distanciamiento del covid, seguramente Sergio lo cuidaría sentado a su lado, conversando, tomando mates. Pero no, allí estaba, con la escalera apoyada en el cerco, distante un par de metros de la ventana, mirándolo, mientras su hijo volvía.

La infancia de Sergio no fue la mejor: huérfano de padre y con una madre de la que una esquizofrenia se apoderó. Más de una vez cruzó el patio que separaba ambas casas, donde doña Ángela lo esperaba con una taza de leche y algo de ropa limpia. Sergio era un niño en situación de riesgo, sus vecinos no necesitaban de un diagnóstico profesional para saberlo.

Levantó un tanto el barbijo y sopló entre sus manos buscando calentarlas un poco, la mañana de fines de junio hacía sentir el rigor del clima. Estar inmóvil allí trepado, le había entumecido las piernas. Don César parecía haberse quedado dormido en su sillón, con una frazada a cuadros sobre las piernas.

–¿Qué hacés ahí vos? –le dijo Cacho, al pasar por la vereda.
–Me dejaron encargado a don Cesar. Está dormido –contestó Sergio.

Lo vio tan indefenso, casi gastado, en ese rincón del comedor de su casa. Ahí fue donde un día le celebraron un cumpleaños, a ese vecinito que cruzaba el patio buscando algo de calor de hogar. Una torta con velas y un rio de chocolate humeante quedaron grabados para siempre en el corazón de Sergio.

¿Cuánto tiempo estuvo allí, con la escalera apoyada en el cerco mirando al vecino? Poco importaba, tampoco las manos y pies entumecidos, ni que se le haya hecho tarde para ir a comprar, ese día su documento impar lo permitía. Eligió quedarse, al servicio de sus vecinos, a pesar de que debía ir a hacer el trámite para cobrar la ayuda del gobierno por estar sin trabajo. “Hoy por ellos, mañana por mí”, pensó.

El hijo volvió con doña Ángela y le agradeció a Sergio el cuidado de don César. Un ademán fue suficiente para decir que no había nada que agradecer, que ahí estaba, que cuenten con él, sabiendo que aquello era recíproco. Entró a su casa, se sacó el barbijo e hizo fuego. Ya empezaba a caer la noche.

En el enjambre de casas de la ciudad, cuadriculada por manzanas, rodeadas por calles, con edificios o casas bajas, ladrillos o maderas, con sus subidas y bajadas, por allí adentro, muy disimuladas, suceden historias anónimas, pequeñas, pero que muestran las grandezas de la solidaridad. Aun en tiempos de pandemia.

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